Las razones que llevan a deducir que `Madrid no existe´ son mucho más complejas que las esgrimidas en el anterior comentario por nuestro amigo Anthony Coyle, y su exposición requiere perspectiva y compás.
Al respecto de dicho comentario sólo voy a añadir una cosa más: muy probablemente Madrid y San Isidro estarán a partir de ahora más vinculados que nunca -lo digo por la festividad del 15 de Mayo.
Por lo demás, y con el afán de marcar los primeros compases que den pie al verdadero significado de la `inexistencia´ quiero empezar con un vídeo de 1977.
Lo dicho, compás.
martes, 21 de junio de 2011
Nota aclaratoria
No ha tardado en aparecer una explicación precipitada y sesgada acerca del lema que promulga este blog.
Dejando claro de antemano que sólo refleja una mínima parte de su significado y que se ha formulado de una manera más que capciosa (máxime si tenemos en cuenta que se vincula a otro artículo del mismo autor que lleva por título: "Los comerciantes de Sol, los otros indignados"), me dispongo a reproducir dicho comentario.
Dejando claro de antemano que sólo refleja una mínima parte de su significado y que se ha formulado de una manera más que capciosa (máxime si tenemos en cuenta que se vincula a otro artículo del mismo autor que lleva por título: "Los comerciantes de Sol, los otros indignados"), me dispongo a reproducir dicho comentario.
Madrid no existe
18 junio 2011 por Anthony Coyle
En Madrid no hay madrileños. Haga la prueba, pregúnteles. 450 años después de haber sido designada capital del Reino, la ciudad más poblada de España es una amalgama difusa de identidades venidas de todas las esquinas del país; un mestizaje infinito de provincias que, a pesar de todo, permanece anónimo y silencioso; incapaz de tener una personalidad y de ser un algo más allá del enclave adonde fueron a parar los sueños y planes de los que tuvieron que abandonar su hogar. Si París tiene la Eiffel y Nueva York tiene a la Libertad, se dice que esta ciudad ausente de símbolos arquitectónicos de postal tiene a los suyos, a los madrileños, como auténtico icono. Es por ello, porque no existen, por lo que es pertinente concluir que Madrid no existe.
Pero salga a la calle y trate de buscar la identidad de la ciudad descifrando sus rumores. Busque por sus calles, por su historia, y las dos le hablarán de caos y turbulencias; de un Mayrit (“arroyo madre” en mozárabe) tan cambiante como lo fuese su gobernante. Escuche lo que tiene que decir ese Broadway madrileño llamado Gran Vía y busque entre las distintas denominaciones que ha tenido en sus cien años de historia: Calle de Eduardo Dato, el Bulevar, avenida de Pi y Margall, calle del Conde de Peñalver, avenida de los Obuses, avenida de Rusia, avenida de la Unión Soviética, avenida del quince y medio, avenida de José Antonio. Y así con el resto.
El afán por dotar a esta ciudad de una identidad alcanzó su cénit en 1983, de la mano del presidente de la comunidad, el socialista Joaquín Leguina. Madrid acababa de formalizarse como comunidad autónoma y el señor Leguina vio oportuno dotarla de bandera, himno e identidad. La bandera de Madrid, como todas, esconde la historia que pretendió simplificar el simbolismo y revela en toda su esencia la naturaleza huérfana de la ciudad de la que Joaquín Sabina dijo una vez sentirse más madrileño que el propio alcalde, ya que éste no pudo soñar con ella y él, a los cinco minutos de llegar, ya sentía que le pertenecía. El predominante rojo carmesí del símbolo hace referencia al color de la insignia militar de Castilla y los cinco picos de las estrellas son un guiño a las provincias limítrofes de Ávila, Cuenca, Guadalajara, Segovia y Toledo. Si hasta entonces las siete estrellas de la bandera representaban una suerte de astros y constelaciones, Leguina les asignó un nuevo significado, el de la ficticia partición de la Comunidad en siete comarcas. Nadie protestó, a nadie le importó. Lo mismo sucedió con el cántico. Nadie lo cantó. Compuesto por el poeta y filósofo Agustín García Calvo, el himno de Madrid es hoy por hoy una anecdótica y testimonial composición de la cual casi nadie sabe de su existencia. La mayor atención que le han dedicado los medios se debió a una denuncia del Partido Popular, disconforme con una línea de la composición que tachó de inconstitucional: “ya el corro se rompe,ya se hacen Estado los pueblos”.
Habrá una pregunta cuya respuesta todo vecino de Madrid acertará con gigantesca sonrisa en la cara: el oso y el madroño, los símbolos de la bandera desde hace más de 800 años. Pero no todo es lo que parece. El Consejo de las Mujeres de Madrid inició en 2007 una campaña para demostrar que el oso es una osa basándose en documentos históricos. Mientras tanto, el Ayuntamiento se ha estado dedicando a plantar madroños en el Parque del Retiro en un intento de dar credibilidad a la existencia de un árbol que, según científicos e historiadores, nunca abundó en Madrid. Esos mismos historiadores concluyen que el rey de armas que pintó el escudo decidió poner unos frutos rojos para que se distinguieran y que el árbol bien podría ser un almez o un lodón. Pero a los habitantes de Madrid les gusta el oso y el madroño. Se aferran a él. Es, de lejos, el enclave que más fotografías recibe por minuto de toda la ciudad. Y está en el único enclave que gesticula por sí mismo y que chapurrea algo de madrileño: en la Puerta del Sol.
Sol, testigo de tanta historia como lo ha sido, siempre ha mantenido intacto su nombre. También su ímpetu. Ya en 1863 el tráfico era muy elevado. Según el diario ‘La Época’ del 29 de julio de 1863, la media diaria de carruajes a caballo era de 6.000. Por ello, se creó la Ley de Regulación de viandantes, cuyo articulado “excitaba a los habitantes de esta capital a no quedarse parados sobre las aceras de Sol, Alcalá, Carretas, Montera, Carrera de San Jerónimo, Calle Mayor y Carmen.
Incluso en esta Ley se olvidaban de la calle de la que todos se olvidan: la calle del Correo. Puede que un día se cruce con alguna de las pocas y extrañas gentes que aseguren pertenecer a Madrid y les pregunte por el número de calles que terminan en la Puerta del Sol. Aunque se sea avispado y se mencione la calle del Correo, ese pequeño agujero que se cuela por el costado derecho de la Real Casa de Correos y sede de la Comunidad de Madrid, el madrileño de pura cepa sonreirá y le corregirá el error para decir aquello de:”En Sol no termina ninguna calle, sino que es donde empiezan todas”.
La Puerta del Sol es uno de los pocos puntos de la ciudad, quizá el único, que verdaderamente rezuma identidad. Un ágora despierto en el que hay cabida tanto para una decena de negros uniformados de compro oro, como para vendedoras callejeras de lotería, cerveza y sexo. Y todo, junto a una tienda que lleva 160 años vendiendo abanicos y paraguas y otra que saborea el monopolio de la plaza en el sector de las mantas artesanales de punto. También hay crimen. La comisaría de la policía nacional de la calle Leganitos, la más cercana a Sol, es la que recibe más denuncias por robos de carteristas de todo Madrid.
Donde antes estaba la Librería San Martín, lugar frente al cual asesinaron de dos tiros en la cabeza al presidente del Gobierno, José Canalejas en 1912, hoy hay una tienda de ropitas de bebé. Tuve la oportunidad de conocer a su gerente durante la revolución de los indignados del 15 de mayo. El pobre hombre, de gestos afeminados y gafas de pasta, protestaba al borde del llanto por cómo la acampada estaba violando las ventas de su negocio. ¡Ah, la revolución! Resulta paradójico que esta explosión de indignación juvenil, tan romántica y democrática ella, haya tenido lugar frente a la sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, lugar antiguamente ocupado por los calabozos del Departmento de Seguridad de Franco. Hoy la juventud exige democracia frente al edificio en el que, no hace tanto, se torturó y se mató de forma impune.
Madrid, te busco y no te encuentro. Como a tus muertos: Velázquez y Calderón de la Barca,todos largamente recordados, pero descansando en paradero desconocido. Lo mismo con Lope de vega y el genio Cervantes, que además están enfrentados en calles. Hoy, la calle donde vivió Lope de Vega está dedicada a Cervantes. Y éste, curiosamente, estuvo enterrado hasta el día de su exhumación en el convento de las Trinitarias, en la calle Lope de Vega.
Madrid sigue buscándose. Ella, que ni a San Isidro le respetan desde que un pueblecito de la bretaña francesa llamado Vannes asegurase que le pertenece, tiene que conformarse con lo que tiene, que no es, ni más ni menos, que lo que le ha llegado. Madrid, como reza el anuncio del Tío Pepe del número uno de la Puerta del Sol, es Sol de Andalucía. Y de las demás, claro está.
Yo tengo mi cuerpo:un triángulo roto en el mapa
por ley o decreto
entre Ávila y Guadalajara,
Segovia y Toledo:
provincia de toda provincia, flor del desierto
por ley o decreto
entre Ávila y Guadalajara,
Segovia y Toledo:
provincia de toda provincia, flor del desierto
(Agustín García Calvo, Himno de Madrid)
No hubo ningún documento oficial que acreditase la capitalidad de Madrid hasta bien entrado el siglo XX, momento en el que se plasma dicha condición en la Constitución republicana de 1931. En 1963 se promulgó la Ley de Régimen Especial, en la que Madrid fue proclamada capital definitivamente y en 1983, ya en sintonía con la nueva realidad democrática del país, Madrid era reconocida como la Comunidad de Madrid.
El afán por dotar a esta ciudad de una identidad alcanzó su cénit en 1983, de la mano del presidente de la comunidad, el socialista Joaquín Leguina. Madrid acababa de formalizarse como comunidad autónoma y el señor Leguina vio oportuno dotarla de bandera, himno e identidad. La bandera de Madrid, como todas, esconde la historia que pretendió simplificar el simbolismo y revela en toda su esencia la naturaleza huérfana de la ciudad de la que Joaquín Sabina dijo una vez sentirse más madrileño que el propio alcalde, ya que éste no pudo soñar con ella y él, a los cinco minutos de llegar, ya sentía que le pertenecía. El predominante rojo carmesí del símbolo hace referencia al color de la insignia militar de Castilla y los cinco picos de las estrellas son un guiño a las provincias limítrofes de Ávila, Cuenca, Guadalajara, Segovia y Toledo. Si hasta entonces las siete estrellas de la bandera representaban una suerte de astros y constelaciones, Leguina les asignó un nuevo significado, el de la ficticia partición de la Comunidad en siete comarcas. Nadie protestó, a nadie le importó. Lo mismo sucedió con el cántico. Nadie lo cantó. Compuesto por el poeta y filósofo Agustín García Calvo, el himno de Madrid es hoy por hoy una anecdótica y testimonial composición de la cual casi nadie sabe de su existencia. La mayor atención que le han dedicado los medios se debió a una denuncia del Partido Popular, disconforme con una línea de la composición que tachó de inconstitucional: “ya el corro se rompe,ya se hacen Estado los pueblos”.
Habrá una pregunta cuya respuesta todo vecino de Madrid acertará con gigantesca sonrisa en la cara: el oso y el madroño, los símbolos de la bandera desde hace más de 800 años. Pero no todo es lo que parece. El Consejo de las Mujeres de Madrid inició en 2007 una campaña para demostrar que el oso es una osa basándose en documentos históricos. Mientras tanto, el Ayuntamiento se ha estado dedicando a plantar madroños en el Parque del Retiro en un intento de dar credibilidad a la existencia de un árbol que, según científicos e historiadores, nunca abundó en Madrid. Esos mismos historiadores concluyen que el rey de armas que pintó el escudo decidió poner unos frutos rojos para que se distinguieran y que el árbol bien podría ser un almez o un lodón. Pero a los habitantes de Madrid les gusta el oso y el madroño. Se aferran a él. Es, de lejos, el enclave que más fotografías recibe por minuto de toda la ciudad. Y está en el único enclave que gesticula por sí mismo y que chapurrea algo de madrileño: en la Puerta del Sol.
Sol, testigo de tanta historia como lo ha sido, siempre ha mantenido intacto su nombre. También su ímpetu. Ya en 1863 el tráfico era muy elevado. Según el diario ‘La Época’ del 29 de julio de 1863, la media diaria de carruajes a caballo era de 6.000. Por ello, se creó la Ley de Regulación de viandantes, cuyo articulado “excitaba a los habitantes de esta capital a no quedarse parados sobre las aceras de Sol, Alcalá, Carretas, Montera, Carrera de San Jerónimo, Calle Mayor y Carmen.
Incluso en esta Ley se olvidaban de la calle de la que todos se olvidan: la calle del Correo. Puede que un día se cruce con alguna de las pocas y extrañas gentes que aseguren pertenecer a Madrid y les pregunte por el número de calles que terminan en la Puerta del Sol. Aunque se sea avispado y se mencione la calle del Correo, ese pequeño agujero que se cuela por el costado derecho de la Real Casa de Correos y sede de la Comunidad de Madrid, el madrileño de pura cepa sonreirá y le corregirá el error para decir aquello de:”En Sol no termina ninguna calle, sino que es donde empiezan todas”.
La Puerta del Sol es uno de los pocos puntos de la ciudad, quizá el único, que verdaderamente rezuma identidad. Un ágora despierto en el que hay cabida tanto para una decena de negros uniformados de compro oro, como para vendedoras callejeras de lotería, cerveza y sexo. Y todo, junto a una tienda que lleva 160 años vendiendo abanicos y paraguas y otra que saborea el monopolio de la plaza en el sector de las mantas artesanales de punto. También hay crimen. La comisaría de la policía nacional de la calle Leganitos, la más cercana a Sol, es la que recibe más denuncias por robos de carteristas de todo Madrid.
Donde antes estaba la Librería San Martín, lugar frente al cual asesinaron de dos tiros en la cabeza al presidente del Gobierno, José Canalejas en 1912, hoy hay una tienda de ropitas de bebé. Tuve la oportunidad de conocer a su gerente durante la revolución de los indignados del 15 de mayo. El pobre hombre, de gestos afeminados y gafas de pasta, protestaba al borde del llanto por cómo la acampada estaba violando las ventas de su negocio. ¡Ah, la revolución! Resulta paradójico que esta explosión de indignación juvenil, tan romántica y democrática ella, haya tenido lugar frente a la sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, lugar antiguamente ocupado por los calabozos del Departmento de Seguridad de Franco. Hoy la juventud exige democracia frente al edificio en el que, no hace tanto, se torturó y se mató de forma impune.
Madrid, te busco y no te encuentro. Como a tus muertos: Velázquez y Calderón de la Barca,todos largamente recordados, pero descansando en paradero desconocido. Lo mismo con Lope de vega y el genio Cervantes, que además están enfrentados en calles. Hoy, la calle donde vivió Lope de Vega está dedicada a Cervantes. Y éste, curiosamente, estuvo enterrado hasta el día de su exhumación en el convento de las Trinitarias, en la calle Lope de Vega.
Madrid sigue buscándose. Ella, que ni a San Isidro le respetan desde que un pueblecito de la bretaña francesa llamado Vannes asegurase que le pertenece, tiene que conformarse con lo que tiene, que no es, ni más ni menos, que lo que le ha llegado. Madrid, como reza el anuncio del Tío Pepe del número uno de la Puerta del Sol, es Sol de Andalucía. Y de las demás, claro está.
domingo, 12 de junio de 2011
Madrid: ¿el origen de la inexistencia?
Si alguien hubiese tomado en serio el concepto de la `inexistencia´ (tal y como llegó a sugerirlo aquel filósofo madrileño que propició la proliferación de tantos hispanistas, entre los que me encuentro) es muy probable que hubiese podido adelantar parte de los acontecimientos que hoy captan la atención del mundo sin saber que es en Madrid donde con más fuerza late el potencial de la inexistencia.
Supongo que todo esto requiere una explicación y que esa explicación no tardará en llegar.
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